Como alguien que aun no tiene hijos, me cuesta imaginar la angustia que deben sentir los padres pensando en la posibilidad de que sus hijos padezcan cualquier problema de salud. Los adolescentes en concreto, que a menudo son esquivos y poco comunicativos con sus padres, pueden estar padeciendo problemas sin que estos puedan o sepan hacer algo para aliviarlos.
La depresión es una enfermedad mental que solemos asociar con la edad adulta, con los problemas serios, con el estrés laboral, las pérdidas personales o los problemas sentimentales. Un niño o adolescente que tiene todas sus necesidades cubiertas, ¿por qué iba a deprimirse?
Es una forma engañosa de exponerlo porque no hace falta que ocurran grandes desgracias o tensiones en la vida de una persona para que desarrolle una depresión, una enfermedad en la que intervienen muchos factores pero que fundamentalmente se trata de un desequilibrio químico en el cerebro, y por tanto también los adolescentes la padecen.
Y lo hacen. La depresión es la primera causa de enfermedad e incapacidad en los adolescentes y el suicidio es la segunda causa de muerte juvenil en todo el mundo según la OMS. Se calcula que una de cada cinco personas padece o padeció depresión durante su adolescencia.
Un problema que pasa desapercibido
Sin embargo, es un problema que muchas veces pasa desapercibido hasta que ya es demasiado tarde: se calcula que la mitad de los adolescentes que padecen depresión llegan a la edad adulta sin haber sido diagnosticados, y que hasta dos tercios de ellos no reciben ningún tratamiento que pueda ayudarles.
Esto ocurre por varias causas. Una de ellas es que muchas veces es difícil para los padres detectar que algo va mal. La adolescencia es una edad de muchos cambios, también de ánimo y de personalidad, y no siempre es fácil distinguir qué es rebelión o apatía de lo que puede ser aislamiento, ansiedad o depresión.
Además, el acceso de los menores a profesionales de la salud mental es limitado y mediado por sus padres o tutores, lo que puede causar que muchos no pidan la ayuda que necesitan. Por último, ellos mismos pueden no reconocer los síntomas puesto que no han vivido una vida adulta previa normal con la que comparar su estado actual y así ser conscientes de que algo en su salud no está bien.
Por este motivo, la Academia Americana de Pediatría acaba de emitir un documento en el que da las instrucciones para hacer un cribado masivo que detecte de forma temprana la depresión en adolescentes.
Cómo reconocer la depresión en los adolescentes
El mal humor ocasional, que la comunicación se resienta o que un adolescente parezca apático algunos ratos es algo normal dentro de lo que llamamos la edad del pavo. Pero entonces, ¿cómo reconocer si un chaval padece depresión?
La depresión va más allá de lo que consideramos la edad del pavo. Es algo que puede afectar a lo más profundo de su personalidad y hacerle sentir una profunda tristeza, vacío emocional o enfado constante, llegando a afectar a sus relaciones sociales y familiares, a su rendimiento académico y a sus perspectivas de futuro, especialmente si la depresión no se diagnostica y se trata.
A menudo los adolescentes que padecen depresión muestran un cambio de comportamiento notable, durmiendo en exceso o no durmiendo apenas, modificando sus hábitos alimenticios (a veces llegan a desarrollar trastornos de la alimentación) y metiéndose en problemas.
Síntomas comunes
- Problemas en el colegio: la depresión puede causar una enorme bajada de energía y problemas de concentración que pueden traducirse en falta de atención en clase, problemas para estudiar y bajada de las notas en chicos y chicas que antes eran buenos estudiantes.
- Huir de casa: a veces los adolescentes deprimidos huyen de sus casas o hablan de huir de sus casas. A menudo es una llamada de atención.
La depresión puede empeorar la autoestima en una época en la que esta es de por sí delicada
- Consumo de alcohol o drogas: consumir alcohol o drogas puede ser una forma de aliviar su depresión, pero el daño que causen puede ser mucho peor que el alivio momentáneo.
- Caída de la autoestima: la depresión puede empeorar la autoestima en una época en la que esta es de por sí delicada.
- Uso problemático del móvil: un adolescente deprimido puede pasar horas y horas conectado al teléfono sin atender a nada más.
- Comportamiento temerario: drogas, sexo sin protección, conducción temeraria, acceso a lugares peligrosos...
- Violencia: especialmente los chicos que han sufrido abusos, agresiones o bullying puedes mostrar ellos también comportamientos violentos y agresivos.
Otros síntomas que pueden ser una señal de alerta son dolores musculares, de espalda o de cabeza, cansancio y fatiga, dificultad para tomar decisiones, sentimiento de culpa, pérdidas de memoria, darle muchas vueltas a la muerte y a la idea de morir o pérdida de contacto con sus amigos.
Cómo ayudar a un adolescente con depresión
Una depresión sin tratar puede ser una carga difícil de llevar para cualquiera, especialmente para un adolescente, y puede marcarle durante años. Por eso, si aprecias algunos de estos síntomas, no esperes a que desaparezcan y búscale ayuda profesional.
Mientras tanto, hay algunas cosas que los padres pueden hacer para ayudar a la recuperación y evitar que el problema se agrave. Lo ideal es poder mantener una conversación tranquila con él o ella y comentarle los síntomas que has apreciado en su comportamiento y por qué te preocupan. Evita hacerle muchas preguntas, algo que no suele gustar a los chavales, y céntrate en escuchar. Hazle saber que le darás el apoyo que necesite.
Mejora la comunicación con él/ella
-Escucha y no regañes: evita criticar o juzgar lo que te diga cuando comience a hablar. Lo importante es abrir una vía de comunicación y será mucho más beneficioso que entienda que estás ahí para apoyarle que un repaso exhaustivo a lo que ha hecho bien y lo que ha hecho mal.
- Sé amable pero insistente: no te rindas si al principio se callan y no quieren abrirse. Hablar de una depresión es difícil para quien la sufre, tenga la edad que tenga e incluso aunque quiera hacerlo. Respeta el espacio de tu hijo pero hazle saber tu preocupación y tu disposición a escucharle cuando esté listo para hablar.
- Reconoce su depresión: no le quites importancia a sus sentimientos aunque te parezcan infantiles o injustificados. Tú puedes intentar, con buena intención, explicarle por qué "no es para tanto" pero él puede sentir que no te tomas sus problemas en serio. Simplemente aceptar la pena de otro puede suponer un gran alivio par él, hacerle sentir entendido y apoyado.
-Fíate de tu instinto. Si tu hijo te dice que no hay ningún problema y que todo va bien, pero no te explica el por qué de su comportamiento depresivo, fíate de tus instintos. Considera acudir a una tercera persona, un profesor en quien confíe o un profesional de la salud mental, para que hable con ellos y se vaya abriendo poco a poco.
Anímale a socializar
Los adolescentes que padecen depresión tienden a alejarse de sus amigos y a abandonar actividades que antes disfrutaban, pero el aislamiento empeora la depresión, creándose así un círculo vicioso que es mejor intentar romper.
Dedica cada día un rato a hablar con él o ella, un rato sin distracciones en el que esa sea tu única actividad
- Prioriza el tiempo que pasáis juntos. Dedica cada día un rato a hablar con él o ella, un rato sin distracciones en el que esa sea tu única actividad. Esto puede ayudar a romper su aislamiento y reducir su depresión. Recuerda también que hablar de sus sentimientos no hará que las cosas empeoren, sino que hacer el problema algo tangible y manejable de lo que podáis hablar puede jugar un papel importante en su recuperación.
- Combate su aislamiento social: haz lo que esté en tu mano para que mantenga contacto con otras personas, como animarle a salir con sus amigos o invitar a sus amigos a tu casa de vez en cuando.
- Anímale a hacer cosas: deportes, clubes, asociaciones, clases de música, de arte, de danza... Algo que estimule su talento y que le haga recuperar el interés por algo para mejorar su ánimo y su entusiasmo.
- Sugiérele un voluntariado: hacer cosas por los demás es un potente antidepresivo y una forma de aumentar la autoestima. Ayuda a tu hijo a encontrar algo en lo que involucrarse que le haga sentirse realizado.
Haz de la salud física una prioridad
Las enfermedades mentales se retroalimentan de una salud deficiente: problemas de sueño, una alimentación insuficiente o poco nutritiva, falta de actividad física... Los adolescentes muchas veces descuidan su salud física, pero ayudarles a cuidarla es una forma de cuidar también su salud mental.
- Anímale a que se mueva: los adolescentes deberían dedicar una hora al día a hacer ejercicio físico, pero no tiene por qué ser algo reglado, organizado o aburrido. Sacar a pasear al perro, hacer senderismo o escalada, clases de baile, patinar... Lo que sea con tal de que se muevan.
- Limita el tiempo de mirar a una pantalla: los adolescentes deprimidos a menudo acuden a internet para sentirse menos solos, pero esto es un arma de doble filo. Por un lado, eso puede aislarlos aun más; por otro, el tiempo que pasan sentados mirando una pantalla es tiempo que pasan en actitud sedentaria. Impón un límite al tiempo que pueden pasar con el móvil o el ordenador y así tendrán que buscar otras actividades.
- Planea una alimentación nutritiva y equilibrada: muchos adolescentes descuidan su alimentación y abusan de productos procesados, ricos en azúcares y harinas refinadas. Para evitarlo, llena tu casa de alimentos frescos, planea menús completos y variados, habla con tus hijos de la importancia de una buena alimentación, involúcrales en su preparación, ve con ellos a la compra y cocina en familia.
- Ayúdale a dormir lo que necesita: los adolescentes necesitan más horas de sueño que los adultos, unas 9 o 10 horas, pero tienden a dormir de menos porque se quedan despiertos hasta tarde. Ejerce tu posición de adulto, mándales a la cama cuando sea su hora y ayúdales a descansar lo suficiente.
Imágenes | Pixabay
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La noticia Depresión y adolescencia: una relación frecuente que suele pasar desapercibida fue publicada originalmente en Vitónica por Rocío Pérez .
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