domingo, 7 de abril de 2019

Llevo un año practicando CrossFit y así es como ha cambiado mi cuerpo y mi vida

Llevo un año practicando CrossFit y así es como ha cambiado mi cuerpo y mi vida

A esto del deporte llegué tarde y mal.

Hasta hace cinco años la actividad física no tenía cabida en mi vida: había otras prioridades, otros compromisos... Podéis llamarlo excusas, si queréis. En mis 20 me creía invulnerable y no consideraba que el deporte debiera ser un elemento destacado en mi rutina diaria.

Era una idea que se había infiltrado en mi subconsciente desde muy pequeño: cuando me saltaba las actividades extraescolares más físicas para ir a casa de un amigo a ver películas de acción (protagonizadas por Schwarzenegger o Stallone, para más inri) o cuando me pasaba los recreos dibujando y leyendo mientras el resto de los niños jugaban al fútbol (al menos desarrollé unos excelentes reflejos de tanto esquivar balonazos teledirigidos directamente a mi cabeza).

Pasada la adolescencia picoteé en algunas disciplinas: un poco de gym por aquí, un poco de montaña por allá, algo de atletismo... pero sin compromiso real no había motivación, y ya sabemos que sin motivación la adherencia brilla por su ausencia.

Además, con mi formación en artes me había montado una cómoda película en mi cabeza: yo iba a ser un hombre de letras, interesado en la cultura y en la creatividad ¿Por qué iba a tener cabida algo como el deporte en mi día a día?

Y entonces, con 27 años, enfermé.

De sedentario a deportista: un cambio necesario

Fue un momento de claridad mental: entendí, obligado por las circunstancias, que el deporte no era algo indisociable del resto de facetas de mi vida, sino un complemento que me permitiría mejorar en todas ellas.

Tras la recuperación, me apunté a un gimnasio e invertí muchas horas en formarme a través de cientos de artículos y estudios, leyendo a los mejores divulgadores... No paré hasta llegar a comprender los pilares básicos de las ciencias del deporte y la nutrición e incluso desarrollar alguna tímida opinión propia en aquellas áreas donde aún existe cierta falta de acuerdo. Y eso que yo era “de artes”.

A lo largo de los siguientes cuatro años aprendí a controlar mi peso corporal, diseñé varios ciclos de volumen y definición para ganar musculatura y perder grasa, desterré de mi mente muchos mitos de la nutrición y experimenté con mi cuerpo varias rutinas de entrenamiento (principalmente de fuerza e hipertrofia, con pesos libres).

Llegó un punto en que me sentía muy extraño cuando llevaba más de tres días sin practicar deporte: no tanto por el malestar físico como por el emocional. El deporte ya no era una obligación autoimpuesta por las circunstancias: se había convertido en una vía de escape liberadora, un clavo al que me resultaba fácil agarrarme en los malos momentos.

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Y entonces... llegó el CrossFit

Y aún así, llegó un momento en que empecé a aburrirme. Los entrenamientos cada vez se me hacían más largos, el progreso más lento y perdía la concentración con mayor facilidad: era obvio que la motivación estaba empezando a desaparecer y tuve claro que necesitaba un cambio. Ese fue el momento en que el CrossFit entró en mi vida.

Para los menos conocedores de esta disciplina (o quizás sea más apropiado llamarlo contenedor de disciplinas) el CrossFit es la marca comercial de un modelo de entrenamiento concurrente que propone una serie de clases colectivas de una hora de duración dirigidas por monitores titulados.

A estas clases se las denomina Workout of the Day (WOD) y suelen estar divididas en varios bloques con diferentes formatos dentro de un tiempo establecido. Aunque un WOD puede ser muy diferente de otro, todos tienen en común la alta intensidad y la variedad de ejercicios, se adaptan al deportista según su nivel (principiante, intermedio y avanzado) y son “secretos”, es decir, nadie lo que va a hacer hasta el mismo día que acude al box.

El objetivo final es formar a un atleta completo, capaz de realizar de forma eficiente y técnicamente correcta una serie de movimientos funcionales que supuestamente tendrían aplicación en la vida real. Algunos de estos ejercicios parecen buscar una optimización del movimiento con un plus de intensidad, como los famosos butterfly pull-ups, toes to bar, wall climbs, double unders, etc. Pero también se practican los clásicos ejercicios básicos y multiarticulares, desde press militar hasta el peso muerto o incluso ejercicios de gran complejidad técnica como el snatch. Y sí, también dominadas estrictas.

Con toda esta teoría en mente, empecé teniendo bastante claro dónde me metía. También sabía que iba a suponer una inversión económica considerable y que tendría que adoptar un enfoque donde iba a tener menos control sobre mi programación. No obstante el planteamiento me resultaba atractivo porque me ofrecía la solución a todos mis problemas: podría seguir entrenando con motivación renovada y decirle adiós a esas tediosas rutinas de gimnasio. Es innegable que el CrossFit, por su carácter colectivo, intenso y variado, resulta muy entretenido.

Los primeros días (y las primeras agujetas)

Pero no fue llegar y besar el santo. Para cualquier deportista no habituado a la alta intensidad, los inicios en esta disciplina le van a resultar duros y extenuantes, y mi primer día así lo atestiguó. Fue un AMRAP con series de thrusters y penalización de remo. El monitor vio que era capaz de levantar un peso moderado y añadió un par de discos más…

A los 10 minutos ya quería morirme para poner fin a ese sufrimiento...

Aquello de hacer cinco repeticiones y descansar tres minutos aquí no tenía cabida. En menos de una sesión el enfoque del CrossFit había detectado mi primer gran punto débil: una alarmante falta de fondo cardiovascular. No terminé vomitando (un tópico que personalmente nunca he visto en directo), pero llegué a casa con una fuerte migraña que duró casi hasta el día siguiente. Mi cuerpo no entendía lo que acababa de pasar y lo estaba manifestando.

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Los cambios y las adaptaciones física que me proporcionó el CrossFit

Sin embargo, tardé menos de lo que pensaba en adaptarme. Empecé con dos sesiones por semana y en un par de meses había aumentado mi resistencia considerablemente. Esto se vio reflejado en una mejora en mi destreza a la hora de afrontar otras disciplinas que practico puntualmente (especialmente al hacer series de sprints en formato HIIT). Ahora me gusta pensar que si hubiera vivido en la prehistoria quizás sería capaz de sobrevivir más de treinta segundos en un enfrentamiento contra un dientes de sable hambriento de sabrosa carne humana...

Otro punto destacado es el gasto energético que supone trabajar siempre a altas intensidades con ejercicios mayormente multiarticulares, lo cual posiciona a este tipo de entrenamiento como un excelente recurso para la quema de grasa.

En mi caso entré en marzo de 2018 con un leve sobrepeso fruto de una etapa de volumen que se me había ido de las manos: en mi primer día de rondaba los 80 kilos (mido 1,73), y para agosto ya había bajado a los 65 kilos, con un bajo porcentaje de grasa y sin apenas pérdida de masa muscular.

Por supuesto esto no ocurrió sólo por el entrenamiento: durante esos primeros meses mantuve un déficit calórico combinado con una dieta alta en proteína (2 gramos por kilo de peso). Aunque su marketing repleto de cuerpos grandes, hipertrofiados y definidos te intente vender la moto, has de asumir que el CrossFit no es magia y si entran más calorías de las que salen, no vas a perder ni un gramo de grasa ni haciendo 14 WODs a la semana.

Los problemas del CrossFit como clase colectiva

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Uno de los problemas del CrossFit es que no deja de ser una actividad colectiva. Aunque los monitores que diseñan los WOD intentan equilibrar diferentes grupos musculares a lo largo de las semanas, no se puede negar que desde la perspectiva del atleta hay cierta aleatoriedad.

Esto tiene una parte positiva: te obliga a salir de la zona de confort a menudo, a practicar ejercicios que no te gustan y a ser competente en diferentes disciplinas e intensidades. Pero al mismo tiempo conlleva un problema a la hora de trabajar específicamente los puntos débiles de cada atleta, para los que se necesita invertir un plus de tiempo y no pueden ser trabajados de forma aislada limitándose a ir a los WODs.

Por eso es imprescindible utilizar los Open Box (sesiones de libre acceso al centro) para trabajar de la forma más eficiente posible y técnicamente aquellas áreas donde estamos más retrasados. En mi caso tengo una considerable limitación de la movilidad en el hombro que me impide bloquear, levantar grandes pesos por encima de mi cabeza o realizar flexiones en pino. Esta limitación me impide trabajar el hombro y ganar fuerza y si solo hubiera hecho los WODs, no habría progresado nada durante todo este año. En cambio he conseguido leves avances, mayor fuerza y rango articular, y espero que la mejora continúe en el futuro.

Crossfit: ¿es sectario? ¿es lesivo?

Por otra parte, hay una serie de elementos extra-deportivos asociados al CrossFit que han sido utilizados muy inteligentemente para promocionar la marca, pero que a su vez son fáciles de parodiar desde fuera. Así que los tan cacareados conceptos de “comunidad”, “deportividad”, “exigencia” o “competitividad” también han llevado a cierto desprecio por parte de practicantes de otros deportes o simplemente gente ajena al mundillo que ha malinterpretado todo ese marketing agresivo. Que si el CrossFit es sectario, peligroso, ridículo, masculinizado, elitista...

¿Hay algo de verdad en todo esto o son mitos sin fundamento? Desde mi experiencia puedo decir que yo voy al box, hago lo que me toca, me voy a mi casa y sigo con mi vida. Por lo que he podido ver, se respeta nuestro espacio independientemente del sexo o género, creo que porque la mayor parte de la gente está comprometida con lo que hemos venido a hacer.

Es cierto que existe algunos pequeños “ritos” como el de saludar al compañero chocando el puño y felicitarlo por su trabajo al finalizar el WOD, pero creo que esto está más relacionado con un intento -algo naif- de transmitir valores positivos tradicionalmente asociados al deporte, que con intentar fomentar comportamientos cerrados y excluyentes en la comunidad.

También hay que tener en cuenta que siempre que se desarrollan actividades físicas existe la posibilidad de una lesión, pero esto depende más de la sensatez del atleta (y de su capacidad para dominar su ego) que del enfoque o la selección de ejercicios. ¿La pregunta es si el CrossFit es más lesivo que otras disciplinas? De nuevo solo puedo hablar de mi caso personal, pero en un año me he lesionado una sola vez y fue por culpa mía: por sacrificar la técnica para realizar un levantamiento poco seguro. Anteriormente sí que he tenido varias lesiones, la más grande de todas ellas al tropezar corriendo por la calle: esguince de grado III.

Lo que no es un mito es que es caro. Cualquier gimnasio convencional te ofrece desde sauna hasta piscina climatizada con una cuota inferior (y ya no digamos con respecto a un gimnasio low-cost que te garantiza acceso ilimitado por menos de 30 euros al mes). Los precios del CrossFit suelen partir de una tarifa básica de 60-70 euros, hasta los más de 100-130 que supone la más alta (que no significa que vayas a tener acceso libre en todo momento: las clases han de reservarse antes y hay un tope de usuarios).

Es cierto que estás pagando una marca comercial, pero también monitores bien preparados, instalaciones y materiales minimalistas pero óptimos y por encima de todo: la certeza de que no vas a encontrarte con un centro masificado.

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Lo cierto es que paradójicamente es la fría sociedad capitalista la que crea el caldo de cultivo perfecto para que una propuesta como el CrossFit tenga éxito y funcione. Las presiones laborales, las jornadas maratonianas, la falta de tiempo, el estrés, el sedentarismo... La mayor ventaja del CrossFit es poder ofrecernos una buena preparación física que además nos transporta a un modo de vida alternativo, reconectando con nuestro cuerpo y mostrándonos que tenemos la capacidad de desarrollar habilidades asombrosas. Y todo esto en un atractivo pack de 60 minutos / tres veces a la semana. Tentador, ¿eh?

Y a mí me va bien que así sea. Yo percibo el CrossFit simplemente como una herramienta más de las muchas que hay a mi disposición, con sus ventajas y sus inconvenientes, sí, pero probablemente la que más se ajusta a mis necesidades actuales.

Quizás en un futuro vuelva a aburrirme y decida probar otras cosas, pero mientras me siga resultando divertido y motivador no veo ninguna razón para no continuar. Porque en realidad poco importa que se llame CrossFit, crosstraining, paleotraining, entrenamiento concurrente o funcional.

Al final todo se reduce una cosa: para cultivar cuerpo y mente, para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, para vivir una vida plena y saludable, debemos movernos. Solo tenemos que buscar la mejor forma de hacerlo para que encaje en nuestro estilo de vida.

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La noticia Llevo un año practicando CrossFit y así es como ha cambiado mi cuerpo y mi vida fue publicada originalmente en Vitónica por Nacho MG .



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